viernes, 25 de julio de 2008

SOY UN OSITO...



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Soy un osito.
Pero no un cachorrito, de carne y hueso, de esos que corretean por los bosques persiguiendo con curiosidad mariposas de colores.
Mi carne es de trapo, mi piel de hilo de algodón y mis entrañas de serrín.
Soy sólo eso.
Un osito de peluche.
Vivo en una preciosa y lujosa mansión con grandes ventanales desde cuyos balcones puede contemplarse una hermosa vista de verdes praderas, frondosos árboles dispersos y un gigantesco estanque que mi dueño utiliza para refrescarse durantes los calurosos meses de verano.
Tengo todo lo que un ser, como yo, puede desear.
Nada me falta.
Porque los ositos de peluche lo único que necesitamos para vivir es cariño y muchos mimos.
Y, de eso, tengo de sobra.
A veces, a mí, me da por protestar y sacar el osito gruñón que llevo dentro.
Entonces, mi amo se pone triste porque nota que no respondo a sus abrazos y achuchones y yo, entonces, tomo conciencia de que soy un osito... solo eso... un osito de peluche... y, avergonzado y arrepentido, estiro mi patita hacia él, en una tímida caricia de trapo, y enseguida me acoge entre sus brazos, haciéndome sentir seguro, querido y protegido.
Me siento muy feliz.
No podía haber nunca encontrado una vida mejor como la que hoy tengo y puedo disfrutar.









Aunque no siempre, esto, fue así.
A pesar de ser poquita cosa, yo tambien tengo mi pasado.
Un pasado frío, triste y oscuro que no me gusta recordar y que comenzó cuando, un soleado día de primavera, alguien, me sacó de la tienda donde vivía con mis hermanos y amigos para llevarme a un nuevo hogar.
Yo estaba asustado.
Era la primera vez que salía de la tienda y todo me resultaba novedosamente amenazante y extraño.
Aquella misma tarde me entregaron a una niña que, ilusionada, me aceptó cariñosamente y me hizo sentir bien por primera vez desde que abandoné mi hogar.
Durante mucho tiempo fuimos inseparables compañeros que lo compartíamos todo, juegos, viajes, lecho, tristezas, alegrías, confdencias...
Pero, de pronto, todo cambió cuando, cierto día, la niña, apareció con una nueva muñeca rubia de plástico duro.
Al principio me vi obligado a compartir juegos desconocidos que nunca llegué a comprender y en los que las muestras de cariño no tenían cabida.
Más tarde me ví abandonado, pasando a formar parte de una vertiginosa estantería, al lado de una colección de cuentos que, también, habían dejado de despertar el interés de mi ama.
Por último, fuí sacado de aquel lugar y, sin ningún tipo de despedida, comencé a pasar de mano en mano por distintos dueños qué nunca lograron darme el trato que yo, en aquellos tristes y desconcertantes momentos, necesitaba.
Acabé, finalmente, tirado entre un par de contenedores de basura...
Todo había llegado a su fin.
Sobre un charco de grasientos residuos líquidos y sintiendo como el polvo, la suciedad y los últimos maltratos, a los que me había visto sometido, habían transformado mi suave piel en algo áspero y desgarrado, me lamentaba de mi destino y deseaba que pronto llegase mi fin.
Apareció, entonces, alguien que se paró frente a mí, observándome detenidamente.
Mi corazoncito de serrín se encogió.
En mi último contacto con un humano, un travieso niño, me convirtió en un improvisado balón de fútbol y no paré de recibir sus contínuos puntapiés hasta que se cansó de mí y me envió, de una última patada, al lugar donde me encontraba.
Me dispuse para lo peor.
Aunque ninguno de mis temores se hicieron realidad.
Aquel extraño me recogió y me llevó a su casa.
Allí me limpió, cosió mis heridas y recompuso mi cuerpo.
Pero no se limitó a eso.
Comenzó a tratarme con mucha ternura, llenándome de besos, caricias y abrazos.
Siempre pendiente mí, hablándome con ternura y esforzándose, día a día, para hacerme sentir único y especial.
Pasándonos el día jugando a muchas cosas, él siempre dice que prefiere jugar a mis juegos favoritos (aunque sé que lo dice y lo hace para hacerme sentir feliz)
Y qué más podría yo decir sin que llegase a quedarme corto... y es que no existen palabras para describir todo lo que llegó a hacer, y hace, por mí.
Desde entonces, hemos pasado juntos hermosas primaveras, cálidos veranos, nostálgicos otoños y entrañables inviernos.
Y, cuanto más tiempo pasa, más convencido estoy de que quiero pasar el resto de mi vida junto a él ya que nunca he encontrado ni encontraré a nadie que, como él, haya comprendido que soy un osito... sólo eso... un osito de peluche...







4 comentarios:

ALMITO dijo...

GRACIAS JOAN...
Por este Relato conmovedor, que ha conseguido hacerme lagrimear.

Segurisimo que el dueño de ese Osito sabe que no es un osito cualquiera, es un osito muy especial, ¡ ES SU OSITO !!!!.

Un abrazote enorme.

Anónimo dijo...

Linda y tierna historia Joan,muy bien contada.
Yendo al argumento ... que gran suerte para los dos,la del osito de encontrar un dueño tan maravilloso y la del dueño que seguramente estaba buscando un osito así desde hacía mucho tiempo.

Anónimo dijo...

Bueno, supongo que todos queremos ser parte osito y parte dueño en esta vida. Algunos no lo consiguen jamás y otros sí, pero no hay que perder el espíritu nunca.

Norma dijo...

joan esto que acabo de leer me deja tan sentimental de verdad que lo lei despacio para poder entender y me encanto ese osito no es un osito cualquiera es un osito feliz junto a un dueño genial.

excelente joan