viernes, 24 de octubre de 2008

RELATO: EL HOMBRE DEL SACO por Joan




Dando una nueva calada a su cigarrillo, Julia, se convenció de que abandonaría el lugar en cuanto acabase de fumar.


La reunión no había salido tal y como ella lo había previsto. Simplemente, lo que comenzó siendo una animada fiesta de risas y divertidas anécdotas, había desembocado en una, para ella, aburrida y trascendental conversación sobre el Más Allá y lo Sobrenatural.


En aquel momento, sus amigos, debatían con ímpetú sobre algo que, a ella, le parecía un ridículo y absurdo mito infantil sin mayor transcendencia o importancia...


- Pues yo pensaba que se trataba solamente de una leyenda - dijo uno de los invitados abriendo los ojos en gesto de sorpresa-


- No, aunque los hechos llegaron a diluirse en cientos de mitos y leyendas distintos, se sabe, a ciencia cierta, que todo tiene su origen en una serie de personajes reales que aterrorizaron nuestro pais hasta mediados del siglo pasado - le contestó otro de ellos con tono de misterio y solemnidad - Se trata de los temidos Sacamantecas, personas sin escrúpulos surgidas de la más absoluta de las miserias que se dedicaron a raptar niños mientras dormían... los metían, aún vivos en grandes y sucios sacos y los llevaban a sus guaridas... Allí, los pequeños eran cruelmente asesinados para poder extraer su sangre, grasas y entrañas que luegon vendían a las clases más pudientes, amparados por la superstición de que estas sustancias orgánicas otorgaban salud y juventud a quienes las poseyeran...


- Bueno, queridos - interrumpió Julia mientras apagaba su cigarrillo - creo que debo marcharme ya, antes de que se haga más tarde, no sea que el hombre del saco no me encuentre en la cama...


Tras cinco eternos minutos de despedidas e insistencias para que se quedase un rato más, Julia consiguió salir de la casa. En cuanto se cerró la puerta, detrás de ella, respiró hondo y pudo disfrutar de una placentera, aunque exagerada, sensación de liberación. Llegó hasta el coche, se acomodó en su interior y arrancó el motor. Ahora le esperaba un incómodo viaje desde aquella casita de campo hasta la ciudad. En poco más de media hora llegaría a su hogar... o eso, al menos, era lo que ella pretendía...


Había anochecido y, en aquella sinuosa y estrecha carretera comarcal, parecía ser más de noche que en otros lugares. Dos densas hileras de árboles sin hojas, a ambos lados de la carretera, extendían sus ramas, como dedos, al oscuro firmamento. Las luces de los faros a duras penas iluminaban el asfalto. El desolador y amenazante paisaje que ofrecían los parabrisas del coche, unido a que, aquel mes de octubre, estaba siendo más frio de lo habituado, hicieron que Julia encendiese la calefacción.


Durante diez minutos, la música de su reproductor consiguió, hacerle el viaje más placentero. Logró abstraerla de la frustrada reunión de amigos, de la que huía, y del terrorífico paisaje por el que se veía obligada a circular.


Entonces, cuando fue a echar mano de su bolso, para buscar, dentro de él, un pañuelo, fue cuando se dió cuenta.


Echó, en voz alta, un par de maldiciones mientras miraba de reojo al asiento del copiloto. ¿Dónde estaba su bolso? En aquellos momentos no podía recordar si lo había cogido o lo había dejado olvidado en la casa de sus amigos. Las llaves del coche, obviamente, las estaba usando pero... ¿las había sacado del bolso, dentro del coche, o las traía ya en la mano? Quizás el bolso se hubiera caido bajo el asiento del coche....


Se inclinó un poco hacia su derecha tratando de tantear el suelo del coche bajo el asiento contiguo. Como no alcanzaba decidió agacharse un poco más y, tras echar una mirada al frente y combrobar que se encontraba en un largo tramo recto, retiró su vista de la carretera durante un solo segundo para poder alcanzar el hueco que deseaba inspeccionar.


Entonces le vió.


Apareció, súbitamente, frente a ella, como surgido de la nada.


Sin poder evitarlo, le golpeó fuertemente con el coche, que siguió avanzando todavía, por la inercia, unos cuantos metros más.


Consiguió frenar.


Frenar, respirar, gritar y empezar a asumir y tratar de entender lo que había ocurrido.


Miró hacia atrás, primero a través de los retrovisores y luego girando su cuerpo hacia atrás, pero no veía nada...


Estaba asustada, pero tenía que salir... había atropellado a alguien... podía necesitar su ayuda...


Sin estar muy segura de ello, consiguió salir torpemente del coche, llevando consigo una, no demasiado potente, linterna.


- Oiga... ¿se encuentra bien?... - gritó a la oscuridad con voz entrecortada.


Avanzo unos pasos y el haz de su linterna le permitió distinguir a unos metros un cuerpo sobre el asfalto.


El cuerpo se movía... no estaba muerto...


Aceleró sus pasos para prestar su auxilio al accidentado, pero enseguida se paró en seco...


La temperatura de su cuerpo descendió a la vez que cientos de terminaciones nerviosas erizaron todos y cada uno de los vellos de su piel. El fuerte sonido de sus desbocados latidos le impidieron distinguir otros sonidos de su alrededor. Su boca se secó de golpe y sus ojos se agrandaron tratando de procesar el horror que estaban viendo...


El extraño, al que había atropellado, había conseguido ponerse en pie.


Caminaba, lentamente, tambaleandose, acercandose poco a poco al lugar donde ella se encontraba.


Vestía un largo abrigo viejo, sucio y roído. En la cabeza, un ancho sombrero que impedía ver su rostro. Su mano derecha agarraba firmemente un largo cuchillo de carnicero con unas extrañas manchas oscuras sobre su filo.... ... con la izquierda, arrastraba un enorme y, tambien, manchado saco...


Sin saber ni como lo hizo, consiguió salir del estado de trance que la había dominado.


Cuando tan solo faltaban unos pocos pasos para que aquel siniestro personaje la alcanzara, giró sobre si misma y echó a correr hacia el coche, mirando continuamente hacia atrás...


El inquietante hombre del cuchillo y el saco, todavía inestable y tambaleante, pareció acelerar, tambien, su marcha, en la medida que le permitían sus posibilidades.


Julia se introdujo dentro del vehículo, y sin preocuparse de nada más, intentó dar al contacto... pero no conseguía arrancar el motor del coche...


Volvió a intentarlo... sin resultado... El frío... la humedad... los nervios... más intentos...


Por fin el coche se puso en marcha.


Sin poder parar de llorar, en un estallido de horror, histeria y desesperación pisó el acelerador y no paró hasta sentirse a salvo de sus miedos amparada por el discreto bullicio nocturno del centro de la ciudad.


Un poco más calmada aparcó su coche en una concurrida avenida.


La tensión había sido tan brutal que le había impedido pensar durante el resto del trayecto. Fueron largos minutos de viaje volcando todo su empeño en huir... en ponerse a salvo...


Pero, en estos momentos, tenía que tomar una decisión, una determinación de cómo afrontar lo que le había ocurrido.


Como no le apetecía encerrarse en su casa, decidió meterse en una de las cafeterías del paseo para poder pensar acompañada de una reconfortante taza de café.


Durante los veinte minutos que permaneció en aquel cálido y protector lugar, varias opciones rondaron por la cabeza de Julia.


En primer lugar pensó que debería acudir a la policía.

Pero tenía miedo ¿y si no la creían?

Le harían perder toda la noche entre declaraciones e investigaciones...

Además, en el peor de los casos ¿y si el hombre atropellado hubiera muerto despues de su huida? ¿la acusarían entonces de homicidio y omisión de ayuda?....


¿Podría, entonces, ella, volver a casa confiando en que cuando encontraran el cadaver, al tratarse de un mendigo, no le dieran mayor importancia y no abrieran una investigación?....


Porque debía de tratarse de un mendigo... no podía ser de otra forma...


Ella se había asustado al verle levantarse, en la oscuridad, bajo la tenue luz de la linterna... con ese cuchillo... y ese saco... pero de todos es sabido que algunos mendigos se dedican a cazar conejos en los campos de las afueras de la ciudad...


Esas manchas que parecían... que eran sangre... podían ser de su propia sangre, por el accidente...


Se dirigia hacia tí... ¿a pedirte ayuda?


En esos momentos pensó que no podía hacer nada por sí misma... necesitaba más que nunca a sus amigos... eso haría... aunque no le apetecía nada volver a recorrer la siniestra carretera volvería a la casa de campo, les contaría lo ocurrido y, entre todos, decidirían lo que hacer... en todo caso no estaría sola si no en compañía que era lo que más anhelaba en esos momentos...


Tras acabarse su café y pagar en la barra emprendió el viaje de regreso.


La música, a todo volumen, le ayudó a mitigar, un poco, el terror y la tensión que la superaban.


Oscuridades y sombras caprichosas la sobresaltaban en cada instante, temiendo encontrarse, de un momento a otro, con el cadáver atropellado de su víctima o, lo que era peor, con aquel siniestro personaje con el que, estaba convencida, que tendría pesadillas el resto de su vida.


Pero no ocurrió nada.


Llegó a la casa y respiró aliviada.


Ahora todo se veía mucho más fácil, menos grave... no había muertos... no había hombres del saco... tal vez sería mejor, incluso, si ella no contase nada de lo vivido... diría que había regresado para recoger su bolso olvidado... no merecía la pena... tan solo había sido un accidente sin importancia que ella había magnificado por culpa de las circunstancias...


Notó entonces algo extraño.


Se dió cuenta que algo no iba bien.


El lugar se encontraba sumido en un inquietante silencio...


¿No se suponía que sus amigos estaban dentro de la casa conversando?¿Por qué no podía oir sus voces?¿Por qué las luces estaban apagadas?


Cuando ella, hacía ya más de una hora, salió de la casa, de camino al coche podía todavía escuchar la animada conversación de sus amigos y las luces del salón brillaban intensas en la oscuridad.


Ahora, los únicos sonidos que podía escuchar eran los propios de la noche en el campo y, de la casa, solo un ténue resplandor se filtraba entre las cortinas de la ventana del salón.


Caminó lentamente, con el corazón encogido, hacia la puerta de la casa temiendo encontrarse con lo que, sin duda, se encontraría.


Llegó hasta allí... contuvo la respiración y llamó a la puerta...


Nadie contestó... volvió a llamar... esta vez más fuerte...


Escuchó un ruido en el interior... alguien acercándose a la puerta...


Y la puerta se abrió de golpe....


Allí, encontró a uno de sus amigos que, con cara de sorpresa y una tímida sonrisa la invitó a pasar.


Aún desconcertada, una vez dentro, se reunió con el resto de la gente y, al fin, salió de dudas.


Hacía un rato que se había acabado el hielo. Tres de los invitados se habían ofrecido a ir a la ciudad a comprarlo para poder continuar con la fiesta. Aún no habían regresado, aunque estaban a punto de hacerlo. El resto, mientras esperaban, habían decidido apagar las luces y ponerse a ver una aburrida pelicula de la tele, recostados en el sofá, de ahí que la casa se mostrara tan oscura y silenciosa.


Julia, según lo último que había decidido, les explicó que su regreso había sido causado por el olvido de su bolso pero, mientras rehusaba las peticiones de sus amigos para que se quedase a dormir en la casa, volvió a pensar en el terror que había sufrido al pensar que el merodeador había hecho de las suyas con sus amigos, indefensos y desprotegidos en aquella solitaria cabaña...


Pensó, tambien, en sus otros amigos atravesando aquella carretera de pesadilla sin saber los peligros que acechan en ella mientras conducían a toda prisa tratando de traer hielo a una fiesta ya casi acabada...


Volvió a sentir remordimiento, culpa y miedo.


Entonces, les contó todo lo que le había ocurrido...


Sus amigos siguieron su historia en silencio y con mucha atención.


Cuando acabó, todos siguieron callados, con caras de perplejidad, mirándose los unos a los otros.


Entonces uno de ellos comenzó a reirse y a aplaudir.


- Muy buena Julia... jajajajajaja.... por un momento he llegado a creermela... jajajajaja... eres toda una actriz....


El resto seguían sin decir nada.

Sus miradas iban desde el invitado que no paraba de reir hasta la sorprendentemente seria y atónita Julia.


- ¿Es que no lo entendeis? - siguió hablando el joven, sin poder parar de reir - jajajajajajaja... todo esto es una broma que nos está gastando... antes de irnos ella nos había escuchado hablar sobre el hombre del saco y de como nos asustaba ese personaje, por eso ha vuelto para intentar asustarnos...jajajajajaa... y es que lo ha hecho perfecto, si hasta se ponía pálida y le temblaba la voz contándolo... jajajajajaja....


Poco a poco el resto entendió la explicación y se unió a las risas y las felicitaciones por la broma.


Julia tambien comenzó a sonreir forzadamente.


Se sentía ridícula.


Les había confesado una de las experiencias más terroríficas y traumáticas de su vida y se lo habían tomado a broma.


Sonreía, pero tenía ganas de llorar. Llorar de vergüenza, de impotencia, de humillación, de desesperación...


El orgullo pudo con ella y acabó admitiendo, ante sus amigos, que se había tratado, tan solo, de una broma.


Por tercera vez en aquella noche volvió a despedirse y enseguida se puso en marcha, deseando, ahora sí, poder llegar a su casa, meterse en la cama y olvidar el que sin duda había sido uno de los peores días de su vida.


Curiosamente no sintió miedo durante aquel último trayecto.


Llevaba, ya casi medio camino recorrido y ni una sola vez se había preocupado de lo sucedido un par de horas antes... aquello parecía ya tan lejano e irreal que, a pesar de sentirse indignada por ello, llegó a pensar si sus amigos no tendrían razón y todo lo sentido había sido producto de su imaginación...


Pensando en esto, vió dos faros en la carretera que venían en sentido contrario.


Efectivamente, como ella pensó, cuando los dos coches se cruzaron pudo comprobar que se trataba de sus otros amigos que regresaban de la ciudad con el hielo.


Ella hizo el ademán de parar para contarles el motivo de encontrarse con ellos allí, un par de horas despues de haberse marchado, pero como vió que el otro coche seguía su camino, ella hizo lo mismo.


Lo único de lo que se lamentó fue de que seguramente ahora, los que quedaron en la casa, le contarían, a estos últimos, una versión más exagerada e irreal de los hechos que la dejarían más aún en ridículo...


Sonó el móvil en el asiento del copiloto sobre el que, ahora sí, descansaba el bolso con todos los objetos personales de su propietaria.


Lo cogió, sin quitar la vista de la carretera y, de reojo, comprobó que la llamaban desde el otro coche.


Activó el manos libres y se puso a hablar con sus amigos a los que contó su propia versión de los hechos, por supuesto, sin mencionar, para nada, su escalofriante encuentro con el hombre de la carretera.


- Bueno Julia, cariño - le dijeron desde el aparato - pues descansa y mañana ya nos vemos... por cierto, sólo una pregunta ¿Quién más se ha ido de la casa además de tí?


- Nadie, que yo sepa.... - contestó Julia intrigada -


- Entonces... ¿Quien es la persona a la que llevas en el asiento de atrás?





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